miércoles, 26 de septiembre de 2012

La muerte

Por: Camila González Plata
Me levanto a las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana, estoy perdida y desorientada, coloco el pie derecho en el suelo porque es cuestión de suerte, luego el otro encima de una sandalia, porque me da miedo neutralizar la suerte ganada con el primer pie, luego a éste primero también le pongo la sandalia. Me paro y tambaleo, por un instante pierdo los reflejos y el equilibrio, me dejo caer de nuevo sobre la cama, estiro uno a uno los músculos para recuperar la precisión del caminar, abro bien los ojos y me levanto de nuevo; camino tres pasos hasta el encendedor de la luz, mientras me rasco los ojos para entrar por fin a la escena.

Enciendo la luz y todo parece comenzar: cojo una toalla café de cuadros blancos y bordes dorados, la pongo en mi hombro derecho; abro la puerta de la habitación que aún tiene seguro, miro hacia afuera y todo está claro pero de alguna manera oscuro, me incorporo con dos pasos, miro hacia la habitación de en frente y no veo nada, luego miro hacia la habitación de mi lado derecho y se ve el reflejo de la luz  traspasando la puerta corrediza de vidrio como si quisiera entrar en la cama. Aún la luz es pálida. Dos pasos más y estoy dentro del baño, pongo la toalla sobre el tocador y me miro en el espejo, de vez en cuando me cojo el pelo con un cholo rosado que siempre llevo en mi muñeca para no mojarlo, pero ésta vez es tiempo de gastar el shampoo.

La rutina de siempre en el baño, luego salgo y encuentro que el vapor ya se ha posicionado del espejo; ya no me puedo ver, sólo me seco el cabello y la cara primero, luego el resto del cuerpo. Abro la puerta del baño, de nuevo miro hacia afuera, ahora todo está más nítido. Doy cuatro pasos y de nuevo estoy en mi cuarto: miro el reloj y son las cinco en punto; apenas hay tiempo de vestirse, peinarse y desayunar. Lo hago todo con paciencia y sin pensar en nada, tampoco enciendo la radio porque me perturban las noticias de la mañana, tampoco escucho música porque siento el agite de mis movimientos al ritmo de la canción; el televisor está en otra habitación de manera que nunca he prescindido de él.

Al salir de mi casa comienzo a caminar, nunca me fijo en nada excepto en los señores viejos de la cafetería con barrotes rojos que queda frente al semáforo donde siempre cruzo. Esa gente siempre está despierta desde antes que yo. Una vez  uno de ellos cruzó conmigo, me dijo que era madrugadora y que eso era bueno, le dije que no tanto porque seguía con sueño, se rió y me dijo que cuando quisiera tomara un café o desayunara con él, me pareció curioso que invitara a una desconocida, y asentí con la cabeza sin decirle nada, después mientras nos despedíamos me dijo: “yo ya no duermo”.

Me quedé un poco fría, por un momento pensé que quizá estaba enfermo y que por eso no podía conciliar el sueño, luego, más tarde, me sorprendió la idea de que quizá estaba esperando la muerte con ansias. No parecía un anciano decrepito, ni tampoco alguien quejumbroso, además el hecho de que hubiese invitado a una desconocida daba paso a una idea como esa. Él, pensé, esperaba  a la muerte con ansias porque a esa edad  ya no es prudente dormir, ya no es necesario cerrar los ojos e imaginar el “algún día”, ya no es necesario acostarse para levantarse  y tener miedo de que todo siga igual; sospecho que a esa edad yo sí le tendré temor a morir, le tendré temor a la muerte por algún motivo que aún no sé.

Al día siguiente me levanté más temprano, tenía más tiempo y cuando crucé por la misma parte en dirección a la cafetería, allí lo encontré, me saludó y desayunamos…

jueves, 20 de septiembre de 2012

Escribir bebiendo

Por: Camila González Plata
He estado pensando durante largo tiempo en qué es lo que motiva a alguien a escribir, a beber y a escribir mientras bebe; no es que este pensamiento me haya venido de un acontecimiento interesante ni nada de eso, es simplemente que, una vez mirada la blancuzca pared durante algo más que una hora, se pueden descubrir las rarezas de los pensamientos ocultos en la mente. Yo encontré, entre el famoso y muy mencionado "viaje hacia el recuerdo" la causa del porqué hago éstas tres cosas.

He pasado parte de mi vida escribiendo, otra bebiendo y una última pensando en por qué lo hago. Alguna vez decidí dejar de hacer estas dos cosas, lo recuerdo muy bien, tenía poco menos de quince y estaba entrando en la etapa de la bebida, pero no entré en ella junto con la escritura, sino que tuve, durante ese lapso, una vida bohemia; fui artista por un corto período, una artista que bebía mientras analizaba en la paleta de colores las posibles combinaciones para unas hojas y unos ríos, o para unos ojos y unos labios.

La parte más deprimente, porque no vi algo extraordinario en ser artista, fue no poder tomar el pincel correctamente después de unas tres o cuatro copas; todo empezaba a deshacerse frente a mis ojos, comenzaba a perder color y a transformarse en una figura monstruosa que se enfrentaba a mí, que prácticamente me maldecía por estarla creando. Tuve que estar parcialmente drogada durante ese período para no haber notado semejante perfección en los movimientos leves de mi muñeca. Me asusté, lo digo francamente porque era yo quien pintaba todos mis pensamientos tan abiertamente que casi vomité. Eché algunos cuadros al fuego, porque hasta la propia basura podría enterarse de lo que allí decía, otros simplemente los llevo conmigo a todas partes, en una caja, tapados con telas de diferentes sábanas para que no se combinen entre ellos, ni mucho menos, puedan encontrarse.

Y, llego la calma (lo sé, estoy loca); jamás volví a pintar, no volví a interactuar con aquello que creía me pertenecía, en cambio, recurrí de nuevo a la escritura, a confundir lo que no puede ser visto por medio de palabras, a dejarlo todo a la duda, a la incomprensión, al tedio. Me satisface escribir consciente porque creo que estoy engañando a alguien, me place beber porque se que dejaré de recordar y me tranquiliza escribir mientras bebo, porque sé que lo que escriba no lo entenderé después, porque sé que ni yo sabré lo que vive dentro de mi mente, porque sabré que puedo seguir creando.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

La educación

Por: Camila González Plata
En éstos días estaba viendo con unos compañeros la película, o más bien documental, de la "Educación prohibida" realmente no decía cosas novedosas, sino que era todo lo que en teoría nos habían planteado antes, pero como somos una generación tan visual nos entró mucho mejor el video que los montones de libros que siempre nos ponen a leer sobre ese mismo tema. Para quienes no conocen la película, aquí la pueden ver:


Ya luego de ver ésto pueden pensar que todo lo que dice el video es cierto y que alguna vez nos hemos sentido así con la escuela, con los profesores y con todo el ambiente educativo. Eso fue algo que me puse en la tarea de discutir con mis futuros colegas, que estaban parcialmente de acuerdo con todo lo que aquí se plantea; yo estoy en desacuerdo, no con la forma en que allí plantean qué y cómo debe ser la educación, sino en la forma en que la muestran o mejor dicho, plantean:

1. Las imágenes del aula de clase que muestra la película no son para nada realistas, en el aula muy pocos alumnos se interesan realmente por cómo son educados, no puede haber un estándar de alumno ideal, cada individuo trae sus problemas y su rabia con el mundo; los estudiantes tratan mal a sus profesores no porque éstos no puedan hacer nada, sino porque su contexto cultural los está educando de esa manera. En las instituciones reales, no hay alumnos ideales, hay alumnos que se comportan bien o mal, que el maestro sabe que tiene que atender pero, ¿cómo lo hace si son cuarenta o más en un sólo salón?.

2. Las instituciones "alternativas" que se muestran: cuántas de esas son públicas, seguramente que muy pocas. Esas instituciones que plantean una educación diferente aún no le pertenecen a todos, le pertenecen a unas pocas personas, porque es necesario que para que éstas funcionen obtengan recursos de algún lado. Las instituciones públicas simplemente no pueden actuar de ésta manera porque están sujetas a unos lineamientos curriculares que presenta el MEN (Ministerio de Educación Nacional) y por otro lado, es un interés de los altos mandos de la sociedad, de quienes nos representan, además que como la población es homogénea (en clases sociales) muchas de las veces, no se puede contar con recursos necesarios, o si los hay las políticas de los países aún no apuestan por la educación.

3. La clase de familia que se muestra en el video es simplemente nuclear, mientras que en la actualidad y en el día a día, se encuentran niños que sólo viven o con su mamá o con su papá, o fueron criados por sus abuelos, o viven sólo con sus hermanos o con sus amigos o solos. La familia hace mucho tiempo, en nuestra sociedad, dejó de estar conformada por padre, madre y hermanos, ahora hay separaciones, niños que se crían solos, que se transforman en lo que otros les dicen, que tienen problemas y carecen de afecto.  Hay que dejar de pensar que el niño tiene una familia como siempre hemos pretendido que sea, hay que pensar es en sus problemas, en cómo es su situación, para así poder entenderlo; esta clase de niños no son una minoría, son una gran mayoría sólo que aún es una especie de "TABU" pensar que algo como eso pasa.

4. Los maestros no tienen la culpa, el estado y las organizaciones los van encasillando bajo sus reglas y hay muy pocos que no se dejan atascar y adoctrinar, hay quienes salen de las escuelas a investigar, a teorizar sobre la escuela, los alumnos, los docentes, y la educación, esta clase de docentes se está preocupando constantemente por eso y en general todos quisieron y pretendieron alguna vez preocuparse. La profesión del ser docente no se puede tomar como una vocación, porque también es un trabajo, no se le puede dar ese aire romántico del "amor a enseñar y a estar con los estudiantes" no se puede tratar al maestro como un "modelo" porque no es nada de eso, el docente es ante todo una persona, un individuo como todos, que es diferente a todos. El maestro también tiene sus días de tedio, en los que se estanca, tiene sus días en los que le gusta preocuparse  por el estudiante, y lo hace, pero también tiene días en los que es un hombre y comienza a creer que  en eso de educar no vale la pena esforzarse.

Al final, aún quedan otros muchos puntos de vista que se pueden debatir con respecto a éste video, no es algo que esté totalmente fuera de la realidad, pero tampoco  se centre mucho en ella. Hay que tomárselo con calma y pensar en todo lo que plantea, en cada posición que se toma y se presenta, porque hay cosas que son ciertas en unos contextos, pero simples fantasías en otros. Comprendería si alguien quiere debatir mi opinión o aportar un poco a ella; mis colegas lo hicieron, yo lo hice con ellos, por qué ustedes no lo harían entre ustedes y conmigo. Además, como dice el principio de la película  lo que se dice ahí no es concluyente, sino que da paso a las opiniones, todo queda abierto.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La última víctima


Por: Camila González Plata
Sentados en la plaza central, sobre unas bancas de madera frente a la iglesia, discutían el juez y el notario sobre su siguiente víctima. Ambos, habían visto en los periódicos los estragos que estaba causando “la peste” en los pueblos vecinos, por lo que decidieron disecar pequeñas bolitas de carne envenenadas, y durante las dos últimas semanas, habían matado a más de treinta y siete sin que nadie se enterara de quién había sido.

La siguiente víctima pasó frente a ellos: su nombre era Lola, tenía pelo negro, ojos saltones, falda de colores y un collar rojo. Caminaba junto a la maestra del pueblo, con un paso saltarín como si flotara. La maestra los saludó y habló de su preocupación por  la peste, las muertes y  Lola; ambos la intentaban calmar mientras que Lola se escondía tras ella.

Esa noche, mientras que todos dormían, el juez tocó, con las bolitas de carne en el carriel, quedamente a la puerta de la maestra. Lola se asomó por el orillo de la puerta, el juez le tiró una bolita de carne, y ese día en Giraldo ya nadie más se preocupó  ni por muertes, ni por peste. El último perro había muerto.