martes, 15 de julio de 2014

El local

Por: Camila González Plata.

Hace ya bastante tiempo que he dejado de escribir, y es que las ganas y la locura frenética y angustiante por expresarme no me ha alcanzado sino hasta ahora. He recorrido últimamente más calles que palabras, mas esquinas que páginas y más gente que imágenes en mi cabeza. Cierto es que la pesada ciudad a veces lo alcanza a uno; sí, te alcanza y te muerde los talones con remolinos de ladrones y malos pensamientos, te muerde la espalda con las luces de semáforos y te muerde la cabeza con el hollín de los carros, el licor y el humeante viento de los cigarrillos. Pero, ¡Qué decir de las voces! Sí, esas voces inalterables de las personas, esas voces de murmullos inquietantes y sin aliento al frente de esas vitrinas, que se dirigen a los estorbosos reflejos del sol cuando caminas.

Yo siempre hago un mismo recorrido, a veces lo alargo con un paso lento y encorvado, otras lo embellezco con la postura erguida y bailarina, pero siempre es el mismo recorrido. La misma equina, la misma mitad de la calle y sólo una tienda estorbosa que no se acomoda. Sí, esa tienda que primero fue de ropa que, solitaria, desapareció en ese pequeño hueco en el que nada se acomoda; luego llegaron los pasteles, los dulces, las tortas, pero mis pasos largos y los de los demás hacía ademán de resistencia.


Me seduje una vez por comprar en lo que después fueron jugos, pero le cedí el paso a una anciana que cambio mi manera espontánea de pensar. Ahora sólo quedan las frutas jugosas que se maduran a medida que el sol las coge; están las verduras que, al parecer, no tienen afán de ser consumidas; estoy yo que sigo el recorrido casi que ignorando la venta pero con una fijación constante por ese local tan sin igual, en el que nadie querrá nunca comprar. 

Ver también en: https://soliloquiamenow.wordpress.com/2014/07/15/el-local/ 

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