jueves, 14 de mayo de 2015

Casquilleros

Cruzas el pasillo, das vuelta para entrar al ascensor y allí está él, como siempre, emanando sensualidad por cada poro del cuerpo. Te fijas en él y lo miras de arriba a abajo y, después de detallarlo todo, desde sus zapatos hasta la constitución ondulante de su cabello, te haces a su lado, le sonríes y lo saludas; él te devolverá un "hola" con una sonrisa que de inmediato hará temblar tus piernas y sentirás como todos tus pensamientos se derriten entre tus manos que sólo ansían tocarlo. Él sabrá lo que está haciendo, sabrá de inmediato el efecto que hace en ti y tu, junto con él, serás plenamente consciente de que lo único que recibirás de su parte serán miradas fijas y palabras obscenas, un poco de chat caliente y una atmósfera aferrada al coqueteo porque así son los hombres casquilleros.

Si estás sentada sola, en una parte aislada donde nadie pueda verlo, se te acercará y te hará volar por un par de horas con una conversación y unas miradas bastante candentes que querrás poseer aunque sea por una noche, pero si, en cambio, estás con alguien más, se parará frente a ti mientras te mira fijamente como haciéndote algún reclamo. No le hagas caso, igual, él no te dará nada excepto emociones, no tendrás una noche lujuriosa, ni caricias que te calienten, ni toques inesperados, ni respiraciones inconstantes en tus labios; sólo tendrás su mirada, su atención, su juego. Porque los hombres casquilleros no lo dan, ellos se cuidan y les gusta desenfocar a mujeres inocentes, atrevidas y casi tan desesperadas como ahora vos lo estás por ese hombre que acabas de saludar en el ascensor.





domingo, 26 de abril de 2015

¿Graduarse?

La mayoría de las personas, o por lo menos así me lo parece, piensan que graduarse de la universidad es una de las mejores cosas de la vida; un logro más, una posibilidad de salir adelante, algo que les abrirá puertas hacia el futuro y que les permitirá, al fin, irse de la casa y emprender una nueva vida. Pero no piensan en los años que gastaron, la plata que se perdió - o se invirtió -, las muchas trasnochadas para ganar los exámenes, los meses de angustia preparando los talleres y exámenes finales, las peleas con los profesores, las peleas con la facultad, las ganas de mejorarlo todo o de querer seguir despotricando de todo, entre otras muchas adversidades y problemáticas por las que se tiene que pasar. 

Estar próximo a la graduación debería ser un momento feliz, pero en cambio se ha convertido en una crisis existencial de la que no se ve ninguna salida: ¿Qué voy a seguir haciendo? Hay tres opciones que aunque bastante conocidas y aplicadas por la mayoría, se dan de una manera tan natural y casi imperceptible: lo primero es trabajar, conseguir trabajo lo antes posible para que en tu casa comiencen a darte independencia, eso sí, no te podrás esquivar cuando tu salario sea insuficiente y tu madre comience a pedirte que te especialices para que ganes un poco más y "ayudes". 

Lo segundo es tener el periodo de vagancia; hacer nada es, si no una de las mejores opciones, la más cómoda para muchos que aún no saben cómo continuar con su existencia, no quieren seguir estudiando, prefieren descansar en casa, y tampoco desean adscribirse a un trabajo sólo para obtener la jubilación (este tipo de personas esperan más de la vida, el problema es que ésta no tiene mucho para ofrecerles). 

Lo tercero es hacer la de los burgueses y seguir estudiando de por vida, aplicarás a becas de tal manera que no sea necesario el trabajo, y cuando consigas trabajo lo harás porque tus maestros te ven como una persona responsable en la que se puede confiar (ya que estudias sin parar y como si no hubiera un mañana). Lo cierto es que, aunque estas tres opciones estén presente y sean alternativas de vivir la experiencia pre y post graduación, ninguna parece adaptarse a la inexperiencia, que tenemos algunos, ante el mundo que se nos viene encima. 

martes, 21 de abril de 2015

Catarsis, dulce catarsis

Hace ya un buen tiempo que no me sentaba a redactar algo por simple diversión y justo ahora me ha entrado  un afán irrefrenable por sacar de alguna parte las palabras que hace ya tiempo rondan en mi cabeza; sin duda, Karmín (así llamo a mi subconsciente) está jalándome del cabello sólo para que prosiga con esta, a veces, fastidiosa tarea de la cual me ha sido imposible deshacerme.

Creo que si no tuviera la necesidad incorregible de escribir viviría de mejor manera, mi existencia sería más vaga y placentera, y dejaría de pensar en hacerle catarsis a cada una de las cosas que veo y objeto. Dejaría de estar ensimismada sobre los cuadernos mientras tomo café e intento pensar en algo inteligente que pueda expresar todas esas cosas que, al final, consumen por dentro.

¡Qué tragedia esto de escribir, de pensar, de mantener la mente inquieta aún en los sueños! Y a veces uno fracasa y no quiere pensar lo visto, ni narrar lo leído, no quiere estar encontrando palabras perfectas que se ajusten a oraciones perfectas y a situaciones perfectas, que expresen emociones perfectas capaces de transformar a lectores; y, a veces,  es mejor que los lectores no lo sepan, es mejor que no se den cuenta de todo el sufrimiento que este accionar de las letras acarrea.

Yo creo que debería olvidarme de la escritura, que debería dejar las ilusiones que de vez en cuando devela; debería leer lo que otros ya escribieron y existir a través de las historias triunfales que se han ganado un lugar en el tiempo, pero ya escribir se hizo inevitable y no podré tener mi catarsis, no podré quemar los 17 diarios que se han vivido, los 2 cuadernos de amor que han permanecido sin dueño, las 34 historias que no se han leído y los 2 poemas productos de un pesado delirio.