martes, 29 de julio de 2014

LLegando al cielo

Por: Camila González Plata.
La entrada al cielo es una pequeña y diminuta estrella al final de la galaxia, en el único rincón más insignificante y casi invisible para que ningún hombre vea, a excepción de las almas. La estrella es de colores inciertos y cuando alguien se acerca deja verse de un color correspondiente al "aura" - como le decimos aquí en la tierra - de cada alma.

Cuando entramos al cielo se genera una intensa luz que sólo los ojos del alma pueden soportar; caminas varias épocas en medio de la luz mientras conoces a casi toda la humanidad - y es que cada quien tiene ritmos distintos de andar - que aún por el pasillo van caminando.

Unas pocas épocas antes de llegar al cielo se llega al paraíso, donde sabemos que Adán y Eva hicieron su primera aparición; aquí ya es el lugar donde las almas se quedan a descansar. Muchas han permanecido allí desde los inicios de la humanidad, y es que por ahí se rondan cosas como que si se sigue el camino iluminado, de un momento a otro se tornará oscuro y ya no habrá regreso. Algunas almas temerosas han permanecido allí mucho tiempo debido a los rumores paradisíacos; en cambio, las almas inquietas que se arriesgan porque no han encontrado el confort en el paraíso, toman de nuevo el camino, y después de muchas épocas, encuentran un salón vacío.

Es un salón como los que hay en la tierra porque, después de todo,está diseñado por los recuerdos del hombre que antes el alma habitaba. Aquí el alma hace lo que no pudo hacer en su tierra, sean cuestiones netamente humanas o materiales. Lo cierto es que muchos se quedan allí porque son muchas las cosas que necesitan tener hechas, mientras que otros encuentran  una puerta y salen a ese pasillo oscuro donde se dejan ver flores de colores y, de pronto, un camino dorado se alza hacia algún lugar en el firmamento de la tierra, hacia un rincón donde nadie vea y, allí, las almas se unen, como en un concejo y comienzan la construcción de un nuevo universo; después de todo, otros cielos construyeron el nuestro.

martes, 15 de julio de 2014

El local

Por: Camila González Plata.

Hace ya bastante tiempo que he dejado de escribir, y es que las ganas y la locura frenética y angustiante por expresarme no me ha alcanzado sino hasta ahora. He recorrido últimamente más calles que palabras, mas esquinas que páginas y más gente que imágenes en mi cabeza. Cierto es que la pesada ciudad a veces lo alcanza a uno; sí, te alcanza y te muerde los talones con remolinos de ladrones y malos pensamientos, te muerde la espalda con las luces de semáforos y te muerde la cabeza con el hollín de los carros, el licor y el humeante viento de los cigarrillos. Pero, ¡Qué decir de las voces! Sí, esas voces inalterables de las personas, esas voces de murmullos inquietantes y sin aliento al frente de esas vitrinas, que se dirigen a los estorbosos reflejos del sol cuando caminas.

Yo siempre hago un mismo recorrido, a veces lo alargo con un paso lento y encorvado, otras lo embellezco con la postura erguida y bailarina, pero siempre es el mismo recorrido. La misma equina, la misma mitad de la calle y sólo una tienda estorbosa que no se acomoda. Sí, esa tienda que primero fue de ropa que, solitaria, desapareció en ese pequeño hueco en el que nada se acomoda; luego llegaron los pasteles, los dulces, las tortas, pero mis pasos largos y los de los demás hacía ademán de resistencia.


Me seduje una vez por comprar en lo que después fueron jugos, pero le cedí el paso a una anciana que cambio mi manera espontánea de pensar. Ahora sólo quedan las frutas jugosas que se maduran a medida que el sol las coge; están las verduras que, al parecer, no tienen afán de ser consumidas; estoy yo que sigo el recorrido casi que ignorando la venta pero con una fijación constante por ese local tan sin igual, en el que nadie querrá nunca comprar. 

Ver también en: https://soliloquiamenow.wordpress.com/2014/07/15/el-local/