miércoles, 19 de diciembre de 2012

La navidad

Por: Camila González Plata.
La navidad es complicada, hay cosas que no se pueden controlar, como la cantidad de luces en las ventanas de los edificios vecinos, la cantidad de comida ingerida, la cantidad de visitas indeseadas pero que por ser navidad son más que bienvenidas, la cantidad de natilla y buñuelos que ya no caben en la nevera, la cantidad de novenas a las que van los niños sólo por conseguir dulces (algo semejante al halloween, sólo que más "santo"); en fin, la navidad es complicada. 

Yo he permanecido durante varios años indiferente a esta época que, para muchos resulta ser la más gloriosa, amorosa, amistosa, fantasiosa, perezosa, luminosa, esplendorosa y demás adjetivos que terminen en "osa" y otros. Supongo que el dejar de ser niña abrió un rencor por esta "hermosa" época que antes amaba; y es que dejar de ser niño no es fácil para la navidad. Ella, aunque no nos demos cuenta, sufre todas nuestras injusticias, todos nuestros malos tratos y empeora cada día más, volviéndose como una anciana  vieja, cansada y arrugada que no logra moverse. 

Las navidades de antaño eran alegres y divertidas como todas las navidades de entonces: se disfrutaba de la familia (papás, tíos, primos, hermanos, abuelos, etc.) de los amigos buenos o malos y hasta de los animales. Y es que la navidad en ese momento era algo bello, algo que se apreciaba realmente, algo mágico que hacía brillar el espíritu de los niños, que parecía hacer brillar el de los adultos e iluminar forzosamente el de los jóvenes. 

Sí, mi rencor hacia la navidad fue creciendo cuando aquel día descubrí que ya no merecía obtener los regalos a mi capricho, cuando descubrí que sería yo el duende que le ayudaría a Santa a escoger los próximos regalos, cuando las luces ya no brillaban alegres, sino que parecían estar suspendidas en su esplendor como por una clase de magia  que les impedía extinguirse, cuando todo se tornó demasiado áspero, demasiado crudo, cuando ya no importaba la inocencia infantil que me hacía creer en ella, en la navidad. 

Yo odio la navidad con toda la carencia de inocencia infantil que tengo desde entonces, odio que no sea como antes, que ya no me produzca un tipo de pasión y esencia especial, que ya la natilla no sepa a lo mismo, que la comida no huela a lo mismo, que el mundo no tenga los mismos colores, que la gente no sea la misma, que los días se extingan y yo no piense lo mismo. La navidad ha sufrido éste tormento, ha permanecido quieta desde entonces, quieta dentro de mí; parece que no quiere salir y supongo que nunca lo hará, y es que la navidad ya no es la misma historia, ya no es la misma felicidad. 

martes, 30 de octubre de 2012

La ciudad

Por: Camila González Plata

Actor: ¿Qué te parece la ciudad?
Visitante: La ciudad está bien
Actor: ¿Que te parecen las calles?
Visitante: Las calles están bien
Actor: ¿Y aquel edificio?
Visitante: Bonito
Actor: Es nuevo
Visitante: ¿¡Ah! sí? No lo sabía
Actor: Eso siempre pasa, todo últimamente es nuevo.
Visitante: Entonces,  ¿Cómo supiste que era nuevo?
Actor: Leí el letrero, este de aquí en frente, dice: Obra finalizada; con fecha de dos meses.
Visitante: ¡Ah! Sí, ya lo veo.
Actor: Sí…
Visitante: ¿Y a ti cómo te parece la gente?
Actor: ¿Por qué?
Visitante: Bueno, es que casi no puedo caminar
Actor: ¿Te incomoda?
Visitante: Un poco
Actor: A mí me gusta, hay posibilidades de ser más sociable, de hacer más cosas.
Visitante: Prefiero el pueblo
Actor: ¿No te agrada la ciudad?
Visitante: No, me entristece
Actor: ¿Qué es lo que te entristece?
Visitante: ¿Ves a ese hombre de allá?
Actor: ¿Cuál? Hay muchos
Visitante: Al hombre acostado que está allá
Actor: Es un mendigo
Visitante: ¿Mendigo? ¿Por qué?
Actor: No hace nada, eso es un mendigo
Visitante: ¿Y cómo sabes que no hace nada?
Actor: Porque está ahí tirado
Visitante: Eso es algo
Actor: Bueno si, pero eso aquí no cuenta
Visitante: ¿Por qué no?
Actor: Hay que trabajar como todos los demás para poder destacar, para poder vivir en medio de toda la novedad, ¿no te parece bella?
Visitante: ¿Quién?
Actor: La novedad
Visitante: ¡Ah! No sé, es incomodo.
Actor: ¡¿Incomodo?! ¿Cómo puedes decir eso? Es lo justo, el mundo debe cambiar;  no nos podemos quedar atrás.
Visitante: ¿Y por qué la ciudad no cambia con nosotros?
Actor: Porque somos muchos y ella es una sola
Visitante: ¡Ah! Es lamentable…
Actor: ¿Tú crees?
Visitante: Si.  Espera, entonces volteemos aquí en esta esquina, no es necesario pasar por encima sin mirar.
Actor: ¿A qué te refieres?
Visitante: A ese hombre que está allá acostado debajo del puente.

lunes, 1 de octubre de 2012

Recordar

Por: Camila González Plata
Frecuentemente uno va notando que no tiene ganas de hacer nada, o que mas bien todo no vale la pena; quizá frente a esa resolución de ideas tan abstractas y suicidas las personas  terminen haciendo eso, suicidándose. Nunca he tenido un suicida conocido, he escuchado mucho de ellos por terceros, pero nunca ha sido una experiencia personal; me gusta no tener esa clase de experiencias.

Cuando alguien muere es simplemente paranormal, las sensaciones que se agolpan en recuerdos y las cantidades de sentimientos encontrados a través de éstas quizá sean la llave hacia la melancolía, y si no, hacia la locura. Tener recuerdos de alguien que ya está muerto asusta, no por el miedo a que algún fantasma o espíritu de esa persona aparezca a media noche, o de pronto tenga deudas pendientes o  el sonido de sus pasos contra el suelo sea señal de tormento, tampoco por el miedo a que se caigan cosas de la nada o suene el teléfono y no se escuche a nadie del otro lado (todas cosas de películas), sino que asusta el hecho de seguir viendo en esos recuerdos el pasado de un pensamiento que alguna vez se pensó iba a suceder en un futuro  ya inexistente.

Yo recuerdo vagamente porque me he dedicado a no hacerlo, me he esforzado gran parte de mi vida intentando olvidarlo todo para que de nuevo se conviertan en algo sorprendente todas las cosas; la gente nunca entiende como alguien puede querer no recordar, yo tampoco lo entiendo muy bien, pero ayuda a dejar de lado lo malo y lo bueno, y solamente saber lo necesario de las cosas. A veces suele ser aburrido no saber más cosas, otras entretiene volverlas a intentar, volverlas   a escuchar, volverlas a sentir, porque en esa sinestesia es que surgen los sentimientos de la gente, surge el alma de cada persona.

Por eso a un muerto hay que temerle, porque ya estando muerto nos da mucho más que sentir que estando vivo; por medio de sus recuerdos nos agobia, nos sonríe,  nos llora o nos deja sin respiración en el vacío absurdo del futuro. Lamentablemente el ser humano recuerda, lamentablemente también olvida, y aún más lamentable es que nunca sabrá para qué recuerda o para qué olvida.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

La muerte

Por: Camila González Plata
Me levanto a las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana, estoy perdida y desorientada, coloco el pie derecho en el suelo porque es cuestión de suerte, luego el otro encima de una sandalia, porque me da miedo neutralizar la suerte ganada con el primer pie, luego a éste primero también le pongo la sandalia. Me paro y tambaleo, por un instante pierdo los reflejos y el equilibrio, me dejo caer de nuevo sobre la cama, estiro uno a uno los músculos para recuperar la precisión del caminar, abro bien los ojos y me levanto de nuevo; camino tres pasos hasta el encendedor de la luz, mientras me rasco los ojos para entrar por fin a la escena.

Enciendo la luz y todo parece comenzar: cojo una toalla café de cuadros blancos y bordes dorados, la pongo en mi hombro derecho; abro la puerta de la habitación que aún tiene seguro, miro hacia afuera y todo está claro pero de alguna manera oscuro, me incorporo con dos pasos, miro hacia la habitación de en frente y no veo nada, luego miro hacia la habitación de mi lado derecho y se ve el reflejo de la luz  traspasando la puerta corrediza de vidrio como si quisiera entrar en la cama. Aún la luz es pálida. Dos pasos más y estoy dentro del baño, pongo la toalla sobre el tocador y me miro en el espejo, de vez en cuando me cojo el pelo con un cholo rosado que siempre llevo en mi muñeca para no mojarlo, pero ésta vez es tiempo de gastar el shampoo.

La rutina de siempre en el baño, luego salgo y encuentro que el vapor ya se ha posicionado del espejo; ya no me puedo ver, sólo me seco el cabello y la cara primero, luego el resto del cuerpo. Abro la puerta del baño, de nuevo miro hacia afuera, ahora todo está más nítido. Doy cuatro pasos y de nuevo estoy en mi cuarto: miro el reloj y son las cinco en punto; apenas hay tiempo de vestirse, peinarse y desayunar. Lo hago todo con paciencia y sin pensar en nada, tampoco enciendo la radio porque me perturban las noticias de la mañana, tampoco escucho música porque siento el agite de mis movimientos al ritmo de la canción; el televisor está en otra habitación de manera que nunca he prescindido de él.

Al salir de mi casa comienzo a caminar, nunca me fijo en nada excepto en los señores viejos de la cafetería con barrotes rojos que queda frente al semáforo donde siempre cruzo. Esa gente siempre está despierta desde antes que yo. Una vez  uno de ellos cruzó conmigo, me dijo que era madrugadora y que eso era bueno, le dije que no tanto porque seguía con sueño, se rió y me dijo que cuando quisiera tomara un café o desayunara con él, me pareció curioso que invitara a una desconocida, y asentí con la cabeza sin decirle nada, después mientras nos despedíamos me dijo: “yo ya no duermo”.

Me quedé un poco fría, por un momento pensé que quizá estaba enfermo y que por eso no podía conciliar el sueño, luego, más tarde, me sorprendió la idea de que quizá estaba esperando la muerte con ansias. No parecía un anciano decrepito, ni tampoco alguien quejumbroso, además el hecho de que hubiese invitado a una desconocida daba paso a una idea como esa. Él, pensé, esperaba  a la muerte con ansias porque a esa edad  ya no es prudente dormir, ya no es necesario cerrar los ojos e imaginar el “algún día”, ya no es necesario acostarse para levantarse  y tener miedo de que todo siga igual; sospecho que a esa edad yo sí le tendré temor a morir, le tendré temor a la muerte por algún motivo que aún no sé.

Al día siguiente me levanté más temprano, tenía más tiempo y cuando crucé por la misma parte en dirección a la cafetería, allí lo encontré, me saludó y desayunamos…

jueves, 20 de septiembre de 2012

Escribir bebiendo

Por: Camila González Plata
He estado pensando durante largo tiempo en qué es lo que motiva a alguien a escribir, a beber y a escribir mientras bebe; no es que este pensamiento me haya venido de un acontecimiento interesante ni nada de eso, es simplemente que, una vez mirada la blancuzca pared durante algo más que una hora, se pueden descubrir las rarezas de los pensamientos ocultos en la mente. Yo encontré, entre el famoso y muy mencionado "viaje hacia el recuerdo" la causa del porqué hago éstas tres cosas.

He pasado parte de mi vida escribiendo, otra bebiendo y una última pensando en por qué lo hago. Alguna vez decidí dejar de hacer estas dos cosas, lo recuerdo muy bien, tenía poco menos de quince y estaba entrando en la etapa de la bebida, pero no entré en ella junto con la escritura, sino que tuve, durante ese lapso, una vida bohemia; fui artista por un corto período, una artista que bebía mientras analizaba en la paleta de colores las posibles combinaciones para unas hojas y unos ríos, o para unos ojos y unos labios.

La parte más deprimente, porque no vi algo extraordinario en ser artista, fue no poder tomar el pincel correctamente después de unas tres o cuatro copas; todo empezaba a deshacerse frente a mis ojos, comenzaba a perder color y a transformarse en una figura monstruosa que se enfrentaba a mí, que prácticamente me maldecía por estarla creando. Tuve que estar parcialmente drogada durante ese período para no haber notado semejante perfección en los movimientos leves de mi muñeca. Me asusté, lo digo francamente porque era yo quien pintaba todos mis pensamientos tan abiertamente que casi vomité. Eché algunos cuadros al fuego, porque hasta la propia basura podría enterarse de lo que allí decía, otros simplemente los llevo conmigo a todas partes, en una caja, tapados con telas de diferentes sábanas para que no se combinen entre ellos, ni mucho menos, puedan encontrarse.

Y, llego la calma (lo sé, estoy loca); jamás volví a pintar, no volví a interactuar con aquello que creía me pertenecía, en cambio, recurrí de nuevo a la escritura, a confundir lo que no puede ser visto por medio de palabras, a dejarlo todo a la duda, a la incomprensión, al tedio. Me satisface escribir consciente porque creo que estoy engañando a alguien, me place beber porque se que dejaré de recordar y me tranquiliza escribir mientras bebo, porque sé que lo que escriba no lo entenderé después, porque sé que ni yo sabré lo que vive dentro de mi mente, porque sabré que puedo seguir creando.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

La educación

Por: Camila González Plata
En éstos días estaba viendo con unos compañeros la película, o más bien documental, de la "Educación prohibida" realmente no decía cosas novedosas, sino que era todo lo que en teoría nos habían planteado antes, pero como somos una generación tan visual nos entró mucho mejor el video que los montones de libros que siempre nos ponen a leer sobre ese mismo tema. Para quienes no conocen la película, aquí la pueden ver:


Ya luego de ver ésto pueden pensar que todo lo que dice el video es cierto y que alguna vez nos hemos sentido así con la escuela, con los profesores y con todo el ambiente educativo. Eso fue algo que me puse en la tarea de discutir con mis futuros colegas, que estaban parcialmente de acuerdo con todo lo que aquí se plantea; yo estoy en desacuerdo, no con la forma en que allí plantean qué y cómo debe ser la educación, sino en la forma en que la muestran o mejor dicho, plantean:

1. Las imágenes del aula de clase que muestra la película no son para nada realistas, en el aula muy pocos alumnos se interesan realmente por cómo son educados, no puede haber un estándar de alumno ideal, cada individuo trae sus problemas y su rabia con el mundo; los estudiantes tratan mal a sus profesores no porque éstos no puedan hacer nada, sino porque su contexto cultural los está educando de esa manera. En las instituciones reales, no hay alumnos ideales, hay alumnos que se comportan bien o mal, que el maestro sabe que tiene que atender pero, ¿cómo lo hace si son cuarenta o más en un sólo salón?.

2. Las instituciones "alternativas" que se muestran: cuántas de esas son públicas, seguramente que muy pocas. Esas instituciones que plantean una educación diferente aún no le pertenecen a todos, le pertenecen a unas pocas personas, porque es necesario que para que éstas funcionen obtengan recursos de algún lado. Las instituciones públicas simplemente no pueden actuar de ésta manera porque están sujetas a unos lineamientos curriculares que presenta el MEN (Ministerio de Educación Nacional) y por otro lado, es un interés de los altos mandos de la sociedad, de quienes nos representan, además que como la población es homogénea (en clases sociales) muchas de las veces, no se puede contar con recursos necesarios, o si los hay las políticas de los países aún no apuestan por la educación.

3. La clase de familia que se muestra en el video es simplemente nuclear, mientras que en la actualidad y en el día a día, se encuentran niños que sólo viven o con su mamá o con su papá, o fueron criados por sus abuelos, o viven sólo con sus hermanos o con sus amigos o solos. La familia hace mucho tiempo, en nuestra sociedad, dejó de estar conformada por padre, madre y hermanos, ahora hay separaciones, niños que se crían solos, que se transforman en lo que otros les dicen, que tienen problemas y carecen de afecto.  Hay que dejar de pensar que el niño tiene una familia como siempre hemos pretendido que sea, hay que pensar es en sus problemas, en cómo es su situación, para así poder entenderlo; esta clase de niños no son una minoría, son una gran mayoría sólo que aún es una especie de "TABU" pensar que algo como eso pasa.

4. Los maestros no tienen la culpa, el estado y las organizaciones los van encasillando bajo sus reglas y hay muy pocos que no se dejan atascar y adoctrinar, hay quienes salen de las escuelas a investigar, a teorizar sobre la escuela, los alumnos, los docentes, y la educación, esta clase de docentes se está preocupando constantemente por eso y en general todos quisieron y pretendieron alguna vez preocuparse. La profesión del ser docente no se puede tomar como una vocación, porque también es un trabajo, no se le puede dar ese aire romántico del "amor a enseñar y a estar con los estudiantes" no se puede tratar al maestro como un "modelo" porque no es nada de eso, el docente es ante todo una persona, un individuo como todos, que es diferente a todos. El maestro también tiene sus días de tedio, en los que se estanca, tiene sus días en los que le gusta preocuparse  por el estudiante, y lo hace, pero también tiene días en los que es un hombre y comienza a creer que  en eso de educar no vale la pena esforzarse.

Al final, aún quedan otros muchos puntos de vista que se pueden debatir con respecto a éste video, no es algo que esté totalmente fuera de la realidad, pero tampoco  se centre mucho en ella. Hay que tomárselo con calma y pensar en todo lo que plantea, en cada posición que se toma y se presenta, porque hay cosas que son ciertas en unos contextos, pero simples fantasías en otros. Comprendería si alguien quiere debatir mi opinión o aportar un poco a ella; mis colegas lo hicieron, yo lo hice con ellos, por qué ustedes no lo harían entre ustedes y conmigo. Además, como dice el principio de la película  lo que se dice ahí no es concluyente, sino que da paso a las opiniones, todo queda abierto.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La última víctima


Por: Camila González Plata
Sentados en la plaza central, sobre unas bancas de madera frente a la iglesia, discutían el juez y el notario sobre su siguiente víctima. Ambos, habían visto en los periódicos los estragos que estaba causando “la peste” en los pueblos vecinos, por lo que decidieron disecar pequeñas bolitas de carne envenenadas, y durante las dos últimas semanas, habían matado a más de treinta y siete sin que nadie se enterara de quién había sido.

La siguiente víctima pasó frente a ellos: su nombre era Lola, tenía pelo negro, ojos saltones, falda de colores y un collar rojo. Caminaba junto a la maestra del pueblo, con un paso saltarín como si flotara. La maestra los saludó y habló de su preocupación por  la peste, las muertes y  Lola; ambos la intentaban calmar mientras que Lola se escondía tras ella.

Esa noche, mientras que todos dormían, el juez tocó, con las bolitas de carne en el carriel, quedamente a la puerta de la maestra. Lola se asomó por el orillo de la puerta, el juez le tiró una bolita de carne, y ese día en Giraldo ya nadie más se preocupó  ni por muertes, ni por peste. El último perro había muerto.

sábado, 25 de agosto de 2012

¿Lectura de a dos?

Por: Camila González Plata.
Hace algo más de un mes, un amigo, amante de la literatura y de los buenos tintos (¿quién no se entrega al tinto - café -  negro cuando lee?) me invitó a que leyéramos juntos algún libro. Me dijo, para justificar su "extraña idea", que quería saber y experimentar de lo fantástico de una lectura compartida y/o de lo negativo que ésta trae. A mi parecer fue buena la justificación, y como jamás había leído un libro en conjunto con alguien más, me produjo algo de intriga y decidí que también quería tener la misma experiencia.

Le dije que debíamos escoger un libro, así que nos dirigimos a la biblioteca de la universidad para mirar con detenimiento cuál de todos se podría leer en parejas. Pasamos al rededor de tres horas entre los innumerables volúmenes que vivían: en los estantes metálicos unos y en los de madera otros. De esos nos detuvimos en varios: en "La inmortalidad" de Milan Kundera, "Crimen y castigo" de Dostoievski, "La república" de Platón, "Las flores del mal" de Baudelaire, entre muchos otros. Decidimos que debíamos buscar, otros libros, un poco más pintorescos para poder leer en parejas, porque estos tocaban muy en el fondo de cada alma.

Nos dirigimos, entonces, a la sección de Latinoamerica; desde allí nos veían: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Tomás Carrasquilla, Julio Cortázar, Rafael Pombo, etc. Aquí lo pensamos varias veces; había unos (en el caso de Pombo) que nos evocaba recuerdos infantiles y ganas de repetir el "rín rín, renacuajo" a dúo. Sin embargo, descubrimos que a la hora de emprender nuestra lectura, ésta era tan única, tan perteneciente a nuestra infancia o a nuestra perdida niñez actual, que nos fue imposible continuar; en vez de leer, sólo recordábamos esos momentos de oscuridad y colores.

Al final, lo decidimos. Sacamos nuestra conclusión de toda esa experiencia y no volvimos a mencionar el tema aquel de leer libros a dúo. Descubrimos que los únicos libros posibles para hacer eso son las cartillas en las que nos enseñaron a leer y a escribir, a diferenciar palabras y a hacer talleres en equipos; las cartillas o los documentos que se les asemejan, son  los únicos en los que podemos disfrutar de éste tipo de lectura, porque los libros literarios son una cosa individual, así como quien lo escribió lo hizo en su soledad, nosotros sólo podemos leer esa soledad solos, y entenderla del mismo modo; ya después habrá tiempo para discutir nuestras reflexiones a dúo, pero ya todos sabemos que esa, es otra experiencia.

miércoles, 22 de agosto de 2012

La simple dificultad.


Por: Camila González Plata
Hace una semana una profesora, poetisa, amante de Borges y de los gatos, sugirió que escribiéramos acerca de un detalle. Me reí frente a la ocurrencia y pensé que esa era la tarea más simple en la que me habían permitido pensar. Indudablemente estaba confiada y atenta a todo lo que pasaba a mi alrededor. Buscaba el detalle escondido entre los arboles, dentro de las sonrisas ajenas, en los lengüetazos de un perro, en el olor insoportable de la basura; sí, busqué el detalle hasta el cansancio.

Al final lo que pensaba que resultaría ser una tarea fácil fue la más difícil que he intentado. No digo que no hubiesen detalles suficientes en el mundo, el problema era que habían tantos que no sabía cuál era más importante para mí. Fijarse en un detalle, en uno que valga realmente la pena escribir, es una tarea dura. Al final me quise echar a la pena, no sabía sobre qué escribir ni como debía escribirlo, ni con qué intención; de manera que por unos días me rendí en medio del insomnio y sueños atormentadores que parecían pertenecer mas bien a la familia de las pesadillas.

Después de pensarlo mucho, lo encontré. Aquel detalle lo había visto mientras, cabizbaja, iba mirando el pavimento de la acera; encontré en las hojas algo interesante, pero no meramente en la hoja del árbol físicamente tumbada en el suelo, no; mi revelación fue mucho mayor: ante mí, se desvelaba el secreto de la caída de las hojas. Si lo piensan bien, el interés hacia las hojas casi siempre ha sido sólo fotográfico o meramente artístico, sin embargo la única expresión que se le hace a las hojas va conjunta con los sentimientos de soledad y nostalgia que éstas nos hacen sentir.

Yo por mi parte, no lo vi así, y debió ser más bien una cuestión de insomnio la causa. Yo las vi caer, y entre su caída note que no era que estuvieran secas, que no era que estuvieran corvas y con poco lustre, con poco verde; lo que noté tampoco implicaba que ellas bailaran en el aire, ni mucho menos que fuera esa su naturaleza. Yo presentí que eso pasaba, y lo escuché de ellas con el insomnio en el oído y el sueño en mis ojeras: noté, por fin, que ellas sólo se suicidaban.

lunes, 20 de agosto de 2012

El sueño prometido.

Por: Camila González Plata
Aquí escuchando a mi hermana cantando, y escuchando cómo su famoso sueño de grande es ser cantante y estar en un escenario en donde miles de personas la vanaglorien y griten su nombre mientras intentan desesperadamente subirse al escenario, donde ella canta y baila vivamente, para arrancarle la ropa (si son hombres o lesbianas) o para darle un abrazo y tal vez cogerle la mano y tomarse un par de fotos (si es gente normal). Escucha música y canta con un par de baquetas a los lados que tocan constantemente la mesa de noche, que ya tiene varios huecos y tiene craquelada la pintura. Yo disfruto viéndola tocar, y no niego que a veces siento ganas tremendas de burlarme  de su sueño, y es que parece casi tan irreal y tan mágico como los cuentos de hadas y las películas de ficción.

Sin embargo, me llega un pensamiento mucho más sano y sensato cuando la veo; comienzo a ver en mi cabeza el álbum de los recuerdos y entre veo imágenes borrosas de mi, queriendo ser pintora; otro sueño casi invisible. Al final resulté creciendo y haciéndome más seria y más común. Entré a la universidad para estudiar filosofía e idiomas, y al final decidí que quería escribir en alguna parte, pero que me quería dedicar a eso. No voy tan mal, mi sueño está en proceso y dudo que cambie de parecer. Pero viendo a mi hermana recuerdo mis sueños ridículos y fantásticos. Ahora que lo pienso, ha sido terrible no poder volver a tener esos momentos de inspiración con los colores y los vinilos; no hacían falta palabras sino que la expresión de los colores se dejaba palpar con los ojos como el arco iris se deja del aire.

No sé si ha merecido la pena dejar esas sensaciones atrás, tampoco sé si fue bueno el haberlas abandonado sólo por seguir algo más seguro, sólo sé que no es preciso burlarme de ella, de mi hermana, ni de su sueño fugaz. Tal vez algún día ella termine por cambiar de parecer al igual que yo, y decidir que quizá sea mejor optar por una opción más segura, y entonces, pensará lo mismo que yo al verse al espejo, y esperará por un milagro que la vuelva a llevar al pasado, a éste momento en el que vive su sueño en la imaginación, a éste momento en el que la estoy viendo, casi burlonamente, reír y cantar, querrá volver sólo para recordar que era ella misma y que sí tenía un futuro.

domingo, 19 de agosto de 2012

Media noche.

Por: Camila González Plata
Aquí estoy, a media noche en mi casa, sola y con mi perra al lado (ella me da calor). Me dio por escribirles porque ya ven que tengo insomnio, o no, no me ven de hecho. Ja! Llevo casi un mes sin ver anime (sí, me gusta el anime) para quien no sepa que es eso, son dibujitos tipo "caricaturas" pero japoneses; si alguna vez se vio Dragon Ball o Sailor Moon me entiende o más bien lo capta. Tengo las paginas de animes en mis favoritos de mi computadora, pero no, no puedo ver nada. Hace un mes que entré a la universidad, y ahora estoy leyendo como loca (por eso el trasnocho) y ya me acostumbre a todo eso, que lo que me queda es el insomnio, por eso nada de anime. (So sad)

Pero hoy tuve mi momento de rumba, o más bien de salir a tomar un par de cervezas con un par de amigos a un par de bares, a hablar de un par de cosas que ni al caso. Me puse unos tacones y ya me duelen los pies; las mujeres deberíamos revelarnos contra eso. Y para colmo la moda no favorece, o son zapatos planos que si medio pisas una piedra te deja la marca en la planta del pie, o son tan altos, que ni modo de andar una cuadra con ellos puestos, sería demasiado, y como la solución es tener carro y yo no lo tengo infortunadamente (tampoco conduzco) entonces, ¡ me toca aguantar!!

Ya tengo como sustico, mi perra se fue a dormir entre las cobijas de su casita, y yo estoy aquí en la mitad de la sala sola. Con la suerte que me gasto algún espíritu aparecerá, y si no, pues a lo mejor algo malo me ha de pasar apenas me pare de este sofá. Nunca se sabe: un golpe en el dedo más pequeñito, que se me enrede el cable de la computadora y me caiga yo o la computadora, o que entre un ladrón a mi casa (ya estoy exagerando). Pero sí, todas esas cosas pueden pasar, de hecho son cosas que pasan, a mi me pasan y muy seguido. No me hagan caso que tengo insomnio.

Pero listo ya voy a salir de aquí, voy a darle en publicar a esta entrada sólo porque no sé qué decir.... ¡ah! si ven, pasan cosas malas: mi perra se acaba de comer mi cepillo de dientes. Ahora me llevara más de quince minutos ir a dormir, y al rededor de media hora en buscar un cepillo nuevo. Ésta clase de cosas suelen suceder, a todos nos pasa. ¿A ustedes no? Ja! parranda de afortunados.