miércoles, 19 de diciembre de 2012

La navidad

Por: Camila González Plata.
La navidad es complicada, hay cosas que no se pueden controlar, como la cantidad de luces en las ventanas de los edificios vecinos, la cantidad de comida ingerida, la cantidad de visitas indeseadas pero que por ser navidad son más que bienvenidas, la cantidad de natilla y buñuelos que ya no caben en la nevera, la cantidad de novenas a las que van los niños sólo por conseguir dulces (algo semejante al halloween, sólo que más "santo"); en fin, la navidad es complicada. 

Yo he permanecido durante varios años indiferente a esta época que, para muchos resulta ser la más gloriosa, amorosa, amistosa, fantasiosa, perezosa, luminosa, esplendorosa y demás adjetivos que terminen en "osa" y otros. Supongo que el dejar de ser niña abrió un rencor por esta "hermosa" época que antes amaba; y es que dejar de ser niño no es fácil para la navidad. Ella, aunque no nos demos cuenta, sufre todas nuestras injusticias, todos nuestros malos tratos y empeora cada día más, volviéndose como una anciana  vieja, cansada y arrugada que no logra moverse. 

Las navidades de antaño eran alegres y divertidas como todas las navidades de entonces: se disfrutaba de la familia (papás, tíos, primos, hermanos, abuelos, etc.) de los amigos buenos o malos y hasta de los animales. Y es que la navidad en ese momento era algo bello, algo que se apreciaba realmente, algo mágico que hacía brillar el espíritu de los niños, que parecía hacer brillar el de los adultos e iluminar forzosamente el de los jóvenes. 

Sí, mi rencor hacia la navidad fue creciendo cuando aquel día descubrí que ya no merecía obtener los regalos a mi capricho, cuando descubrí que sería yo el duende que le ayudaría a Santa a escoger los próximos regalos, cuando las luces ya no brillaban alegres, sino que parecían estar suspendidas en su esplendor como por una clase de magia  que les impedía extinguirse, cuando todo se tornó demasiado áspero, demasiado crudo, cuando ya no importaba la inocencia infantil que me hacía creer en ella, en la navidad. 

Yo odio la navidad con toda la carencia de inocencia infantil que tengo desde entonces, odio que no sea como antes, que ya no me produzca un tipo de pasión y esencia especial, que ya la natilla no sepa a lo mismo, que la comida no huela a lo mismo, que el mundo no tenga los mismos colores, que la gente no sea la misma, que los días se extingan y yo no piense lo mismo. La navidad ha sufrido éste tormento, ha permanecido quieta desde entonces, quieta dentro de mí; parece que no quiere salir y supongo que nunca lo hará, y es que la navidad ya no es la misma historia, ya no es la misma felicidad. 

1 comentario:

  1. Hola Camila:

    Te agradezco tu incorporación a los seguidores de mi blog.
    Con mucho interés estoy leyendo tus artículos.Lo de la Navidad es complejo, realmente.
    Yo ni siquiera soy católico, pero lo es mi esposa.
    De modo que cada año al ver la alegría de los más pequeños de la familia, me siento contento y la identificación de ellos con el Viejito Pascuero me parece sublime y enternecedora.

    Te mando un abrazo desde Chile.

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